En el espejo de la tarde
un susurro de besos y ocaso
fugan al perfume de la rosa,
roja morada de sueños y aquelarres
en el rocío terciopelo
que horada mi piel;
mariposas sedientas
acarician esta boca de cielo
derramando incienso
sobre la arena del olvido,
para tejer con hilos de viento
la alfombra meridional de tu mirada.
Es sortilegio este desierto de acero y fantasmas,
conjuro de mil luciérnagas
poblando el seno virginal de este valle
para crepitar, hoguera matinal
que se viste con alas
al amparo de una encrucijada de huellas y relojes.